Nuevos analfabetismos

Nuevos analfabetismos

por Francisca Schnake Neale

La tarea de alfabetizar, con el objetivo de garantizar la integración social y laboral de los ciudadanos, sigue siendo central para todas las instituciones educativas, sin embargo, ha ido cambiando a lo largo del tiempo y se ha complejizado planteando desafíos sobre los que vale la pena reflexionar.

Cuando hoy hablamos de alfabetización, no nos referimos “sólo” a la lectura-escritura. Nos referimos a la tarea de enseñar múltiples saberes que se han ido integrando velozmente a la curricula de las instituciones escolares y que han sido considerados también prioritarios para el ejercicio de la ciudadanía en el s. XXI. Por lo tanto, hoy con hablamos de alfabetizaciones, así: en plural.

Recorramos un poco de la historia: a comienzos del siglo XIX, el soporte tecnológico del proyecto alfabetizador fue el papel, la pizarra, la tiza, el lápiz y la letra impresa. Su objetivo era enorme y “simple”: enseñar a leer y escribir a toda la población para que pudieran ejercer plenamente su ciudadanía. ¿Qué significaba esto en esos tiempos? Sin duda, para la mayoría de las personas durante la modernidad se trataba de poder votar, aprender un oficio e incorporarse a una fábrica.

Desde ese momento fundacional hasta hoy, los objetivos, soportes y el ejercicio ciudadano han cambiado.

Por una parte, la tarea alfabetizadora se ha complejizado mucho a medida que ha ido respondiendo a la dinámica cultural, social y económica de los países. Hoy en día, se reconocen múltiples alfabetizaciones: la alfabetización lecto-escritora, la alfabetización matemática, la alfabetización en ciencias, la alfabetización tecnológica, la alfabetización en la cultura de la información, la alfabetización audiovisual, la alfabetización digital, la alfabetización en medios, la alfabetización en arte, la alfabetización ciudadana, la alfabetización en la multiculturalidad, la alfabetización en la cultura global, la alfabetización económica y la alfabetización emocional. Es tan amplio y abrumador el espectro, que como docentes y estudiantes cabe seriamente preguntarnos, si no estaremos abusando del término alfabetización. Los soportes, son también múltiples y en la mayoría de las grandes ciudades intensivos en tecnología. Por otra parte, el ejercicio ciudadano implica hoy nuevos desafíos que están fuertemente marcados por los cambios culturales y tecnológicos que impone el escenario actual, rico en complejidad. Nos encontramos sin duda alguna, frente a un desafío enorme que consiste en integrar correctamente estas nuevas demandas educativas. Pero ¿es esto posible? y ¿qué consecuencias acarrea?

El lugar de la escuela pública

En un contexto mundial que ha dejado en evidencia las inmensas e indiscutibles desigualdades, las escuelas públicas se convierten en espacios institucionales de resistencia al modelo imperante. La obligatoriedad de la enseñanza inicial, primaria y secundaria, en la mayoría de los países de la región debería permitir alcanzar un piso de posibilidades para todas y todos. En este sentido, lo que debería garantizar es mayor justicia social. La pandemia que estamos enfrentando ha dejado en claro que nuestro mayor enemigo es la injusticia y que tanto la salud como la educación de la población, son derechos centrales e irrenunciables que cualquier agenda política que quiera imponerse.

En términos de la agenda educativa, nos preocupa que la incorporación de tantos nuevos contenidos no venga acompañada de los recursos suficientes para implementar adecuadamente su enseñanza. La sobrecarga en las curriculas escolares, termina teniendo un efecto negativo en la calidad educativa, aún cuando su objetivo primario sea totalmente opuesto a esto. Especialmente cuando la heterogeneidad de las formaciones docentes y la diversidad de posibilidades de dotación de recursos de las instituciones son una norma en el mapa institucional público. Las escuelas no cuentan con el personal docente idóneo para asumir la enseñanza de estos contenidos, ni con los recursos materiales y humanos que les permitan implementar proyectos educativos ad hoc a las nuevas tareas propuestas.

Por otro lado, las y los estudiantes, especialmente quienes provienen de sectores populares, necesitan una educación de calidad. Sin embargo, las instituciones educativas no están garantizando la adquisición del capital cultural mínimo que necesitan para superar las desigualdades sociales y condiciones de vida injustas desde las que han partido sus trayectorias de vida. Hoy por hoy, tras al menos 12 años de escolarización las y los jóvenes egresan con una multitud de saberes difusos, pero sin apropiación significativa de ninguno de ellos. La “brecha educativa” entre pobres y ricos se profundiza y agranda en este escenario económico neoliberal en el que la distribución de todos los capitales es, por definición, desigual: la tierra, la propiedad y también el conocimiento.

La escuela inicial, primaria y secundaria públicas son instituciones legitimadas por la inmensa mayoría de la población. La sociedad sigue depositando estas instituciones sus expectativas y demandas de alfabetización para sus niños, niñas y adolescentes. Se cree que en ellas confluyen el espacio, el tiempo, los recursos y las capacidades que permiten asumir estas tareas. No imaginamos la vida sin ir a la primaria o a la secundaria y esperamos que, tras pasar una parte importante de nuestras vidas en sus aulas, salgamos con un piso básico de conocimientos que nos permitan efectivamente empezar nuestras vidas adultas. Pero tratando de abarcar tanto, ¿pueden las instituciones realmente garantizar este derecho?

Observamos que la nueva educación del siglo XXI se ha vuelto horizontalmente rica, diversa y ambiciosa en sus propuestas, pero también verticalmente pobre, por el escaso alcance y profundidad que logra darle a los contenidos de los que se ocupa. Dicho de otro modo: las y los chicos que egresan de nuestras escuelas sabiendo un poco de muchas cosas, pero nada en profundidad.

Otro problema es la soledad con la que están operando las instituciones escolares. Durante la modernidad, los niños y niñas llegaban “formateados” desde la institución familia hacia la institución escuela. Salían nuevamente “formateados” desde la institución escuela hacia la institución fabrica. Todo se engranaba perfectamente en la maquinaria de la modernidad. Hoy estos mecanismos no funcionan así. La escuela reúne las tradiciones y mandatos de tres siglos de educación, avances culturales y sociales y se encuentra más sola que nunca frente a la comunidad. Puede ser que este tiempo de pandemia revierta un poco esta situación.

Volviendo a las y los estudiantes, recordemos que para la mayoría la escuela obligatoria no representa sólo el lugar y el tiempo privilegiado para aprender, sino muchas veces el único posible. Cuando chicas y chicos egresan cada año de nuestras escuelas sin saber prácticamente leer ni escribir, sin ser capaces de resolver una cuenta que involucre operaciones matemáticas básicas, o comprender algo de la historia de su país, estamos fallando.

Conviene entonces, detenernos a pensar respecto a esta enorme tarea que nos hemos impuesto y decidir varias cuestiones. ¿Corresponde abordar la enseñanza de estos contenidos durante la escolarización obligatoria? ¿qué recursos y qué instituciones podrían intervenir para garantizar su enseñanza? ¿es correcto pensar en estos saberes en términos de “alfabetización”? ¿cuál es el piso básico de conocimientos que debe entregar la escuela inicial, la escuela primaria y la escuela secundaria?

Quizás sea prudente permitir a las instituciones que se dedican a la enseñanza obligatoria soltar algunos de los contenidos que se le están asignando para que puedan concentrarse en enseñar y garantizar ese “mínimo” imprescindible, que en realidad no es poco, considerando el contexto social actual, la soledad y la crisis institucional que atravesamos. De hecho, en la mayoría de nuestras escuelas, hoy no estamos garantizando ese “mínimo”. Un estudiante que valora su salud física y mental, que lee y comprende, que escribe y expresa, que resuelve operaciones matemáticas básicas, que puede analizar un texto, apreciar una obra, pensar, plantear y resolver problemas, es un estudiante que podrá adquirir todos los saberes que necesite y desee.

Francisca Schnake Neale

Es Profesora Educación Primaria formada en Argentina y Magister en Educación Intercultural por la Universidad Libre de Berlín. Actualmente reside en Buenos Aires donde realiza su segunda maestría en “Procesos Educativos Mediados por Tecnologías” en la Universidad Nacional de Córdoba.

Actualmente trabaja en el Ministerio de Educación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, desempeñándose como Facilitadora Pedagógica Digital en escuelas públicas de la ciudad y fundadora de una cooperativa de trabajo vinculada a la innovación educativa que presta servicios en Chile y Argentina mediaciontecnologica.com

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