Esta pandemia ha despertado lo mejor y lo peor de las personas. Los demonios del miedo han generado desconfianza, discriminación y agresiones al personal médico. Pero también ha emergido una preocupación social por los otros y otras. Nos ha permitido ponernos en sus zapatos y comprender a todas y todos los que han seguido fuera para que muchos otros nos conserváramos dentro.
El tiempo del confinamiento social por la pandemia de Covid-19 nos ha obligado a reflexionar profundamente sobre nuestras vidas y su sentido; sobre nuestros tiempos pasados y los inciertos futuros; sobre nuestros miedos y nuestras esperanzas; sobre nuestros padres e hijos y sobre todo aquellos que adoptamos y cobijamos en nuestros proyectos de vida; sobre los guardianes de la salud que arriesgan su vida y la de los suyos para proteger la nuestra, enfrentándose a la enfermedad en agotadoras jornadas llenas de compromiso con sus juramentos éticos; sobre todos aquellos que hacen posible nuestra supervivencia en casa, los barrenderos, los que entregan el periódico, los carteros, los bomberos y policías, los campesinos y los tenderos; sobre nuestro papel en la sociedad y los compromisos que adquirimos en cada movimiento que hacemos en esas intrincadas estructuras familiares, laborales y sociales en que transitamos.
Esta pandemia ha provocado la mayor reflexión de la humanidad sobre si misma, sobre el entorno, sobre el pasado y el incierto futuro. Y desde esa complejidad en la que estamos viviendo desde el mes de marzo, tendremos que decir que para reintegrarnos a la vida de la escuela: ¡Primero la vida! Cada comunidad escolar, debe decidir a partir de su diagnóstico, considerando a las y los docentes que la integran, a las familias del estudiantado, si las condiciones locales permiten la reincorporación a las actividades educativas. La vida es nuestro tesoro más preciado y tenemos el derecho de decidir sobre ella.
A falta de escuela presencial, la pandemia nos ha dado de manera natural, gratuita y universal varias lecciones:
1.- Los seres humanos sólo representamos el 1% de las especies del planeta.
Boaventura de Sousa Santos señala en su libro “La cruel pedagogía del virus” que el modelo neoliberal del capitalismo ha orillado a la humanidad (el 0.1% de las especies del planeta) a la explotación ilimitada de los recursos naturales, a la muerte desmedida de gran cantidad de seres vivos que han sido desplazados de su hábitat y a un inminente desastre ecológico, violaciones todas del equilibrio natural que no quedarán impunes. La pandemia es el resultado de múltiples violaciones a la Madre Tierra, pero no es una venganza. “Es pura defensa propia. El planeta debe defenderse para garantizar su vida”.1
Partiendo de este principio, una de las primeras direcciones a corregir en este azaroso camino de la humanidad, para recuperar no sólo su ritmo de vida anterior, sino uno renovado, será revisar las acciones humanas que contaminan el aire, el agua y la tierra. El shock de la pandemia debe convertirse en una poderosa lección que nos obligue a aceptar de forma humilde y modesta que existe un abanico vital en el planeta con una enorme y mayor diversidad que el género humano. Requiere aceptar la idea de que la defensa de toda la vida en el planeta es la garantía de la continuidad de la vida humana. Si las personas continuamos destruyendo, sin ninguna ética ni conciencia todo lo vivo del mundo, esos seres se defenderán de formas cada vez más letales para los seres humanos.
¿Cómo corregir el rumbo desde la escuela? Es necesario pensar que la escuela no puede seguir formando para el futuro, sino para el presente. Es necesario movilizar a esos millones de estudiantes que transitan por los sistemas educativos por todo el planeta y que hoy están atrapados en las 4 paredes de sus casas para que defiendan no conceptualmente, no contestando cuestionarios, sino en acciones concretas todas las formas de vida en éste, nuestro mundo, reconociendo el derecho de cada especie a su hábitat, a su equilibrio, a su alimentación y a su tránsito. La escuela requiere transformar su curriculum para dejar de dictar lecciones vacías sobre la clasificación de especies, o el sistema óseo y en su lugar organizar acciones concretas de defensa del agua de los ríos y mares, la protección de la tierra ante la explotación ganadera, el confinamiento de la cría industrial de animales, la contaminación desde la minería para explotar las materias primas, la comercialización de animales extraídos violentamente de su hábitat natural, la producción de toneladas de deshecho, de islas de basura que llenarán los mares de trampas mortales para todas las especies que los habitan y la insistencia en otras formas de movilización que no envenenen el aire.
La escuela debe abrir sus ventanas a la realidad social de muchos grupos locales, campesinos, indígenas, pobladores de pequeñas comunidades que defienden su derecho a la no contaminación del agua de sus ríos por parte de las mineras; a la no expropiación de la caña de azúcar por parte de las refresqueras y cerveceras; a la no contaminación de su aire por parte de la industria que invade los espacios naturales. Esas luchas también son historia, también marcan la vida de la gente y les dan un sentido colectivo de reivindicación y deben formar parte del curriculum, porque son generadoras de cambios sociales.
La escuela necesita trasladar a sus estudiantes, a través de toda la variedad de medios electrónicos actuales a que constaten con sus sentidos la existencia de las 5 islas de basura en el mar: dos en el Pacífico, dos en el Atlántico y una en el Indico. La más grande se encuentra entre Hawai y California, tiene el tamaño que triplica tres veces el territorio de Francia aproximadamente 1.6 millones de km 2 y se calcula que pesa 80 000 toneladas. El principal material que la forma son los productos plásticos. Ver este espectáculo tan desolador y luego encontrar en el interior de animales marinos gran cantidad de residuos plásticos que obstruyen su intestino o su esófago puede resultar una importante lección. Conviene llevarlos a volar virtualmente sobre el Amazonas y comprobar las zonas donde se desaparece la selva y aparecen las tierras de ganadería dejando sin espacio a miles de especies que fallecen de inanición. Sería también una experiencia singular entrar a los pulmones de una persona que vive cerca de una zona fabril o en la mitad de una ciudad y comprobar cuántas partículas quedan atrapadas en los alveolos pulmonares dificultando la respiración.
Las lecciones anteriores, que hoy en día no están en los libros de texto, ayudarían a tomar decisiones para la vida cotidiana. Negarse al consumismo como bandera, rechazar los empaques superfluos de muchos productos, clasificar, reciclar y reusar los deshechos, no dejarse impactar por los discursos progresistas a costa de la vida de los ecosistemas. Todo ello puede cambiar el rumbo, primero de las y los estudiantes que se sumen a la lucha contra la devastación del ambiente, después de sus familias, y por lo tanto de la sociedad de la cual forman parte.
Como docente, tengo una profunda confianza en las nuevas generaciones que pueden provocar cambios sustanciales en los modos de consumo y de contaminación de las familias. Haber aprendido la lección de un virus que convivía en una interacción prácticamente inocua con diversas especies de animales pero que al sufrir una perturbación humana provocó un salto letal para la humanidad debe llevarnos a formar legiones de guardianes del planeta, de la vida, de la biodiversidad, de las especies en peligro de extinción. Formar generaciones que recuperen el sentido de convivencia del ser humano con el resto de la naturaleza. Sólo quiero enfatizar que no se trata de discursos vacíos sino de acciones concretas contra el uso de todos los contaminantes posibles, efectuadas por y con las y los escolares desde los más pequeños de educación inicial hasta los mayores, de las universidades. Un nuevo curriculum de práctica revolucionaria para poder garantizar en el planeta la vida armoniosa de todas las especies.
Se trata pues de preparar a las nuevas generaciones a tomar decisiones, a no consumir productos en empaques contaminantes, a negarse a vivir en el consumismo como sistema de vida, a cuestionar a los adultos que violan el hábitat natural, a sumarse a las campañas de protección de los animales en peligro de extinción, a negarse a visitar zoológicos y espectáculos con animales confinados como ahora están los seres humanos.
2.- La pandemia Covid 19 ha mostrado la enorme fragilidad de la salud en México. No debemos heredar esta circunstancia a las nuevas generaciones porque condenamos su futuro.
Si revisamos la información publicada por el Gobierno Federal sobre la situación de la pandemia en México, una constante es la presencia de comorbilidades en personas infectadas por el virus, pudiendo decir que el 53.5% de casos tiene asociada una enfermedad crónica: hipertensión cerca del 20%, obesidad un 18%, diabetes, un poco más del 15% y un 7% de tabaquismo. Los fallecimientos se centran en hombres jóvenes de entre 30 y 50 años.
Los problemas cardiovasculares, como diabetes y obesidad han afectado a los mexicanos desde años pasados, y en este contexto estamos en situación de vulnerabilidad. Ante ello, es necesario emprender acciones contundentes ya que el coronavirus no será el único virus que se aparezca en el escenario planetario, hay muchísimos más que pueden dar saltos letales para la humanidad. Sin embargo, es necesario transformar ya las circunstancias que han provocado esa otra epidemia nacional de enfermedades crónicas.
En México, la población infantil presenta un grave problema de salud que está relacionado con la manera cómo se alimenta la niñez y juventud de nuestro país. Al mismo tiempo que persiste la desnutrición en muchas partes de México, cada año aumentan la cantidad de casos de sobrepeso y obesidad. Los números que nos ofrece la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT), realizada en el 2018, son alarmantes: el 37% de la población de niños de 5 a 19 años presentaba problemas de desnutrición y obesidad, mientras que el 22% de la población de 0 a 4 años se identificaba con riesgo de sobrepeso. Un dato importante surgido de la pandemia señala que la tasa de mortalidad en niños en México por la covid-19 triplica a la de EE UU y es cinco veces mayor a la de España, dos de los países más golpeados por la pandemia.
Durante más de 40 año la población ha estado a expensas de una industria de la alimentación con poca responsabilidad ética que ha obtenido altas ganancias al ofrecer y publicitar alimentos ultraprocesados con muy poco valor nutricional y bajo precio. Es decir, el problema del sobrepeso y obesidad no es una irresponsabilidad e ignorancia del consumidor, hay factores económicos, políticos y culturales que no han permitido que la población, particularmente la de niñas, niños y jóvenes tenga acceso a alimentos nutritivos que convengan a sus preferencias culturales. Es lo que los especialistas llaman seguridad alimentaria. De acuerdo con la Encuesta nacional de salud (ENSANUT) del 2018, sólo el el 44.5% de los hogares en México contaba con seguridad alimentaria. En contraparte, más del 55% presentó algún tipo de inseguridad alimentaria leve, moderada o severa.
La pregunta es entonces, ¿por dónde comenzar a combatir la mala alimentación infantil y juvenil en México? Requerimos recuperar las prácticas agrícolas y reconocer las propiedades nutricionales de los alimentos locales, del maíz, que es uno de los cereales más completos, del frijol, excelente proteína, de la dieta de la milpa, los quelites, los nopales, las calabazas, el chile, del abanico de frutas que se sucede en el calendario alimentario del país. Esa alimentación saludable debe estar presente en las fiestas familiares y locales, en las cooperativas escolares, en los comedores de las escuelas.
La comida mexicana fue reconocidad por la ONU como patrimonio inmaterial de la humanidad. Es hora de disfrutarla, compartirla y reconocerla. Si bien la comida constituye la materia de nuestros cuerpos, mantiene el funcionamiento de nuestros órganos vitales y proporciona la energía necesaria para nuestras actividades y el mantenimiento del metabolismo, también es un vínculo de nuestra identidad. Responde a necesidades culturales, simbólicas, afectivas. Lo que comemos nos hace parte de un grupo humano, de una familia, de una cultura, de una manera de ver el mundo.
La escuela puede ser un elemento articulador de esas prácticas al promover la instalación de huertos escolares para producir alimentos locales y llevar a niñas, niños y adolescentes a disfrutarlos a través de prácticas de cocina escolar donde se aprenda y compartan las recetas familiares. La cooperativa y los comedores escolares requieren transformar sus prácticas alimenticias.Promovamos en las fiestas escolares las posibilidades de saborear comida nutritiva, integrando a las familias en su producción y compartiendo la tradición milenaria de la herencia culinaria nacional. Seguramente esta acción desde las escuelas transformará paulatinamente lo que pasa fuera de ellas.
3. -Construir la convicción de la necesidad prioritaria del equilibrio y la justicia social: la riqueza y la pobreza no son naturales. La sociedad ha permitido su existencia.
La escuela debe abrir sus puertas y sus ventanas a la realidad para que los ojos, los oídos y los pensamientos de los estudiantes construyan sus propios criterios de juicio sobre el desequilibrado mundo que los adultos les estamos heredando. La pandemia pone al descubierto las inequidades del sistema social, los intereses centrados en el capital, la maquinaria al servicio del poder, la concentración de la riqueza en un 1% que posee el 82% de la riqueza del mundo, mientras que el 99% lucha diariamente por la subsistencia. No es sano que las nuevas generaciones crean que no existe otra realidad que un neoliberalismo capitalista, porque a la gran mayoría de las familias de una economía precaria, esa fragilidad las llevó a las calles provocando racimos de muertes en un intento de ganarse la vida. Es bueno estudiar historia y comprender sus lazos con el presente; pero es fundamental leer el presente para comprenderlo, cuestionarlo y transformarlo.
La escuela pospandemia requiere realizar una deconstrucción y una construcción curricular que proporcione herramientas cognitivas, emocionales y éticas para que las nuevas generaciones comprendan que es urgente una transformación en la distribución de la riqueza, incentivando la lucha contra el consumismo y la reflexión sobre otras posibles realidades. Una nueva normalidad donde la dignidad de la vida humana sea un derecho ejercido por todos y todas y se practique la justicia social en cada rincón de las aulas. Eso permitirá formar una estructura moral para detener la formación de emprendedores y futuros empresarios contra el adiestramiento de una masa multitudinaria de obreros y empleados que pueden morir, pero deben agradecer al patrón que, por lo menos tienen trabajo. Estas nuevas generaciones necesitan oponerse a todas las formas de explotación del trabajo humano y a una lucha fraterna por la justicia social, donde reconozcan que el neoliberalismo atravesado por el dominio del capital financiero no ha podido dar respuestas sociales ni políticas ante la hecatombe a la que condujo a la sociedad global, la cual es hoy realmente evidente en la crisis humanitaria que vivimos en el contexto de la pandemia.
Este aprendizaje debe ser parte constitutiva de una nueva escuela. Comprender que los resultados son mejores cuando los construimos entre todos y todas, que el espíritu de compromiso social del personal de salud, de quienes producen alimentos, de quienes los transportan y llevan hasta nuestra casa, de quienes mantienen la limpieza de las calles, de quienes cuidan la seguridad y atienden las emergencias y de muchos otros actores sociales, nos permite protegernos del virus. La escuela requiere salir totalmente del confinamiento individual en el que ha vivido. La escuela debe enseñar a niños, niñas y jóvenes habilidades sociales para que puedan ponerse en el lugar de otros; valorar el trabajo colectivo por encima del individual; reconocer que aprendemos más cuando explicamos a otros, lo que nos enseña a ser mejores actores sociales y son precisamente estos héroes y heroínas sociales, modestos, callados, humildes los que nos han permitido sobrevivir. Si ellos y ellas no estuvieran afuera, nosotros nos habríamos expuesto y por ende a los nuestros.
La lectura de lo ocurrido en la pandemia en nuestro país en donde hay una parte importante de la población, iniciando por el personal de salud, cuidando al resto de la sociedad, es una lección fundamental. El análisis de cómo articular en nuestras comunidades la solidaridad y el cuidado colectivo es fundamental y tenemos en el presente las muestras de ello, por ejemplo, en las brigadas de salud cubanas. La crítica al capitalismo voraz y la búsqueda de alternativas no es sólo objeto del saber de la economía o de la política sino de la vida cotidiana de toda la ciudadanía. Comprender que las acciones de las familias entre sí y con el resto de las comunidades pueden potenciar prácticas sociales transformadoras y que esa es una función de la escuela, es fundamental para la transformación de la sociedad.
Entonces la escuela tendrá que ser un espacio solidario donde se compartan los cuadernos y los colores, las fotocopias y tal vez la ropa que va quedando pequeña y los libros de grados anteriores. La crisis económica que se ha desatado tiene que ser paliada con acciones concretas solidarias para sostenernos entre todos y todas.
Las mejores soluciones son las que se construyen entre todos, en diálogo colectivo. La escuela debe ser un espacio de diálogo permanente, de trabajo horizontal para buscar soluciones. Esto desarrolla principios éticos y conciencia social en los estudiantes. Las asambleas, los diálogos, los debates, las organizaciones estudiantiles deben formar parte de la manera de enfrentar los problemas. Esto implica romper la estructura vertical y heterónoma por una estructura flexible horizontal que se orienta hacia la autonomía, porque en ella nace la libertad. Y las escuelas deben formar para la libertad, esa que tanto hemos añorado en estos tiempos de cuarentena.
Es necesario aprender lo anterior en asambleas escolares, en prácticas de equidad en la escuela, en diálogos con otros actores sociales para reconocer que existe miseria, hambre, injusticia, explotación y desigualdad. Todo esto debe ayudar a formar la conciencia social y la necesidad urgente de la cooperación en tareas de apoyo entre grupos, familias, colonias, pueblos y naciones. Se trata de convencerse de que nadie puede tener lo superfluo, mientras haya uno que carezca de lo indispensable. La lectura del sentido de compromiso social y humanitario debe filtrar los caminos de la toma de conciencia. Pero nuevamente no es un discurso vacío, es una práctica de equidad porque la pandemia develó a esa gran proporción de la población que no pudo acercarse a ninguno de los productos de la escuela virtual; que no contó con los $20 que se requerían para hacer la recarga del celular familiar y así poder tener acceso a la plataforma digital escolar. Se trata de practicar en la escuela la filosofía de la equidad, con la posibilidad de compartir para que el compañero o compañera de junto tenga acceso a un piso parejo para poder aprender.
3.-Lo afectivo es la energética de lo cognitivo. Reconocer el peso que tiene la afectividad y el contacto para propiciar el desarrollo social.
La escuela pospandemia necesita reconocer que los esquemas cognitivos están articulados y son isomorfos a los esquemas afectivos y que su flexibilidad está fuertemente vinculada al grosor de la capa emocional que los reviste. Todo lo anterior se traduce en la declaración epistemológica de que ningún conocimiento se construye sin experimentar sentimientos. Y cuando la escuela sostiene un discurso formal que hay que repetir, un conocimiento carente de todo sentido para el aprendiz, una serie de elementos memorísticos que caducan en el instante mismo en que se responde la última pregunta del examen, la escuela se está equivocando. Porque todos esos enunciados no están vinculados a elementos que los integran a la vida real de quienes aprenden.
El conocimiento debe provocar una verdadera pasión en quien enseña y en quien aprende. Debe tener significados profundamente afectivos para que se articule con otros conocimientos. Esta declaración se comprueba al observar que el aprendizaje más importante y significativo para todos los seres humanos y el primero en construirse es la lengua materna. Esta se adquiere en un contexto lleno de afectos, lleno de significados sensoriales, auditivos, gustativos, olfativos y visuales. Además, su integración al pensamiento del sujeto es total. La lengua materna nunca se olvida, aunque no se hayan hecho planas o repetido listas sin sentido. La lengua materna está filtrada de emociones y afectos que le dan pleno significado. La lección para la escuela es que se requiere provocar emoción y pasión por el conocimiento; esa que experimenta un científico cuando descubre nuevas relaciones o cuando se acerca a comprobar sus hipótesis. Sería necesario en una evaluación del trabajo realizado desde la educación virtual de la pandemia, descubrir si el objeto de conocimiento provocó entusiasmo o hartazgo. Esa sería una buena medida de análisis.
Una lección importante de la educación virtual durante la pandemia estudiantes y docentes. está relacionado con la posibilidad que tuvieron niñas, niños y jóvenes de encontrarse visualmente con sus compañeras y compañeros; el gusto por cantar en el cumpleaños de un compañero o una maestra; el reconocer del otro lado de la pantalla a aquellos a los que se ama, o con los que se disfruta enormemente la convivencia.
Esas experiencias nos hacen decirle no a la educación virtual que no permita el encuentro personal porque le quita al conocimiento su parte estructurante que es la presencia humana. Será necesario en este regreso propiciar la expresión de emociones y afectos; permitir las risas, los cantos, la música, el baile para ser felices y celebrar la vida en todas sus manifestaciones.
CONCLUSIÓN
Desde el aislamiento social, la cifra de infectados y de muertos que avanza cada día, los mapas sombreados de rojo que se extienden alrededor de nuestras colonias, nuestra mirada trata de ver el futuro, que ahora está oculto en una neblina espesa que no permite avanzar mucho en un peligroso desfiladero de la montaña. Leer en el WhatsApp o descubrir en el Facebook o en el correo electrónico el nombre de conocidos que se cuentan en las filas de defunciones nos produce un profundo dolor y aumenta la angustia, el miedo y la incertidumbre. Esa realidad que nos envuelve no desaparece y nos acompaña durante el día y los insomnios nocturnos.
Pero hay una inercia que nos impulsa a caminar abriendo los ojos lo más posible en ese camino brumoso como el de la subida por la montaña a San Cristóbal de la Casas y es ahí donde advertimos destellos de luz que parecen señalar un sendero. Es importante aclarar que cada persona mira hacia adelante con los lentes que se han construido desde la propia epistemología y la mía no puede ser otra que la de la educación, porque en ese espacio vital me he movido los últimos 55 años de vida. ¡Muchos! dirá quien me escucha. ¡Aún no suficientes! Responde quien habla.
Es desde esa perspectiva e intentando tejer en un manto inmenso las experiencias vividas, los pensamientos y teorías dialogadas y criticadas, las escuelas observadas, las y los docentes acompañados, las familias encontradas y decenas, cientos, tal vez miles de niñas, niños y jóvenes que han llenado mi pensamiento con sus palabras, sus ideas y sus miradas, que hoy hablo. Quiero decirles a todas y todos que hay en mí un profundo respeto por la autoría de sus ideas. Hoy, sólo he sido espejo.
Quiero añadir a mi reflexión, lo que dijo María Ángeles en un webinar propuesto en Madrid por el GSIA, “la escuela después de la pandemia no debe ser igual, ésta es la oportunidad de cambiar la escuela”.
Avanzar y hacer de la práctica de la solidaridad y la justicia social un valor fundamental en el intercambio entre todos y todas. Eliminar los controles que segregan y discriminan para practicar el respeto a los derechos de todas y todos de aprender de manera constante. Las calificaciones, los premios, la meritocracia en el sistema educativo han alentado la simulación y el engaño. Necesitamos luchar contra ellos y desaparecerlos porque perpetúan un imperialismo colonial que no toma en cuenta a las personas sino al resultado de exámenes arbitrarios, de indicadores económicos y de capitales invertidos. En ese mundo, el SARS Cov 2 ha arrasado y se ha ensañado en la parte más frágil de la sociedad: los de la economía informal, los marginados, los hacinados, los refugiados, los que viven en la cárcel, en las casas de ancianos. Es necesario hacer de la escuela un verdadero espacio de construcción social del conocimiento porque esa enseñanza debe trasminar a la sociedad para derribar los cotos de poder. Pensemos que la escuela si es un potente detonador del cambio social, sólo requerimos de estar convencidas y convencidos de ello y actuar en consecuencia.
Teresita del Niño Jesús Garduño Rubio (México D.F., 1949) es profesora de Educación Primaria (1965-1967), con estudios en Psicología UNAM (1968-1969), licenciada en Psicología Educativa UAMX (1978-1982), Maestra en Ciencias, especialidad en Educación DIE CINVESTAV IPN (1982-1984), con Certificado de lengua francesa, Universidad de Friburgo, Suiza, (1984) con Certificado de Estudios Superiores en Psicología, Universidad de Neuchâtel, Suiza (1984-1985) Doctora en Letras, especialidad en psicopedagogía, Universidad de Neuchâtel (1984-1987) con tesis publicada por la Universidad de Neuchâtel en 1996.
Fundadora del Instituto de Investigaciones Pedagógicas y de la Escuela Activa Paidós, en donde es investigadora y docente desde 1971 a la fecha. Ha sido asesora de la Secretaría de Educación Pública para el diseño curricular y de libros de texto de la Reforma Educativa (1979-1984) y Coordinadora del área de Español de la Modernización Educativa de la Educación Básica (1992-1993); Docente de licenciaturas y maestrías de la Fundación Arturo Rosenblueth de 1990 a 2006, donde dirigió más de 20 tesis, en articulación con la Universidad Autónoma de Querétaro, la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, la Universidad Veracruzana, y la Universidad Autónoma del Carmen de Campeche; Asesora de la Coordinación Sectorial de Educación Primaria de la Subsecretaría de Educación Básica del Distrito Federal (2000-2005), Coordinadora Académica de la Dirección General de Operación de Servicios Educativos 2005-2006; Asesora de la Universidad Pedagógica Nacional en los concursos de oposición abiertos (1989-1991) en el diseño curricular de las licenciaturas en Educación Preescolar y Primaria, y en los Programas de Posgrado (1994-2002), asesora del proyecto TEBES (1994-2004), investigadora participante de la evaluación del Programa de Educación Primaria para niños y niñas migrantes de la SEP, (2004-2005); Asesora de Cursos Comunitarios en CONAFE (1994-1995) y Coautora de la Modalidad de Educación Intercultural para población infantil migrante y el Curriculum por competencias (1998-2000); Directora del proyecto Ciencia y Tecnología para niños, en convenio con la SEP y la Academia de la Investigación Científica e Innovación y Comunicación (1994-1995); Coordinadora de proyectos de educación alternativa en comunidades campesinas, indígenas y mestizas. en Chiapas (1995-2011); Asesora del Instituto Nacional de Educación para los Adultos. Área Comunicación y Lenguaje.(1997-1999); del Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa en programas de posgrado (1998-2000), y Coordinadora de Geografía para el programa Enciclomedia del Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa. (2003-2005); Miembro de la Asociación Mexicana de Investigadores en la Enseñanza de la Historia ( 2000-2011); Asesora del Instituto Federal Electoral para la Consulta Infantil y Juvenil (2000-2003); Asesora del Proyecto de Educación Superior Virtual y en diseño curricular de ANUIES ( 2000-2005); Diseñadora de indicadores de desarrollo de la primera Infancia para UNESCO (2003); del Instituto Politécnico Nacional en el Diplomado Formación y Actualización Docente para un Nuevo Modelo Educativo, así como en la investigación de su impacto (2001- 2013); Asesora de la Dirección de Educación Inicial y Básica de la Secretaría de Educación del Gobierno del Distrito Federal(2007-2012); Presidenta del Consejo de Administración y Presidenta de la Federación Internacional de Movimientos de la Escuela Moderna y Responsable para América Latina de la FIMEM (2006-2012). Actualmente es delegada del Movimiento por una Educación Popular alternativa de México para la FIMEM.
Como investigadora y difusora de la Psicopedagogía, ha publicado cerca de 98 libros y 175 artículos en colaboración en revistas nacionales y extranjeras, y memorias de talleres y de foros nacionales e internacionales. Actualmente es investigadora y docente del Instituto de Investigaciones Pedagógicas y de la Escuela Activa Paidós, miembro fundador del Movimiento por una Educación Popular Alternativa y de la Red Nacional de Educación Alternativa con presencia en 11 Estados de la República. Desde 2012 forma parte del grupo académico asesor de la CNTE.
LA CRUEL PEDAGOGÍA DEL VIRUS.
Autor: Boaventura de Souza Santos
Enlace al libro1 Boaventura de Sousa Santos. La cruel pedagogía del virus. Pp. 65
Escrito por: Dra. Tere Garduño
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