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CINE DEL 68: DE LA INSPIRACIÓN A LA SUBLEVACIÓN

casablanca fotografa NY señora

Nosotros éramos parte de los jóvenes.

Su lucha era también nuestra.

Buscábamos una nueva orientación social,

política y cultural. Nos manifestábamos para

ejercer nuevos planteamientos estéticos

y de contenidos. Ser dueños de nuestra

propia historia.

Francois Trauffaut

El mundo intelectual estaba revuelto. Los estudiantes europeos, asiáticos y americanos se mueven en todas direcciones. Múltiples acciones y todos los países hacen suyo aquello de la imaginación al poder, un slogan transmitido desde un París en ebullición al resto del continente y el mundo.

Desde el punto de vista social y cultural, los años sesenta se han caracterizado por una notable ambivalencia. Ese fenómeno se percibe claramente en ciertos puntos críticos: la construcción del muro de Berlín (1961), las pruebas nucleares realizadas por las superpotencias (que se intensificaron a partir de 1961), la invasión de la Bahía de Cochinos (1961), la crisis de Cuba (1962), el asesinato de John F. Kennedy (1963), los asesinatos de Malcolm Little (1965) y Martin Luther King (1968), los disturbios raciales en Estados Unidos (1961 y siguientes), la revolución cultural China (a partir de 1966), en especial la guerra de Vietnam (1965-1975), pero también en fenómenos nacionales como la guerra de los Seis días en el Cercano Oriente (1967), la guerra civil en Irlanda del Norte o las leyes del Estado de Emergencia en la República Federal Alemana (1968). (Korte, 1997)

Pero simultáneamente y en forma paralela iban ganando fuerza, poco a poco, los movimientos de signo opuesto, con sus respectivos hitos: el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, las tendencias hacia la liberalización, con diferentes grados de claridad, en los estados del “bloque del Este”, la emigración desde el Este hacia los países occidentales, los movimientos estudiantiles en Francia, Italia, Japón, Alemania, Holanda, Checoslovaquia, México y Argentina (especialmente en 1968) y sobretodo el surgimiento de una nueva cultura de la juventud, crecientemente internacional, que determinó a la sociedad en su momento. (Faulstich, 1999) La cultura del rock fue un símbolo importante del nuevo espíritu democrático, junto con el desarrollo del arte pop en Estados Unidos e Inglaterra, del nuevo teatro documental en la RFA y el teatro de la crueldad en Inglaterra, así como el surgimiento de la literatura femenina en Francia.

En el ambiente de los sesenta existe la tendencia de pasar de las particularidades nacionales hacia lo transnacional. A un remplazo de los medios específicos por los supramedios (el poder de los medios como formadores de opinión). Las manifestaciones artísticas, más allá de los medios informativos, servirán de ejes resolutivos para expresarse y tener una voz creadora, sustentando así, la fuerza de los contramovimientos hacia el predominio de la ruptura y de la reorientación.

El mundo joven paulatinamente dominante gracias a los movimientos contraculturales como: los melenudos alemanes, los provos holandeses, los hippies, los diggers, los yippies y el movimiento underground; tomará una fuerza relevante para lograr el cambio en el entorno político, social, económico, religioso y cultural.

En todo este marco histórico, en París, un grupo de cineastas franceses firman una declaración de participación total, desde su puesto profesional, en los acontecimientos generados en mayo de 1968. Los nombres de Francois Trauffaut, Jean-Luc Godard, Claude Chabrol y Alan Resnais, forjadores de la Ola Francesa, se unen a la lucha, dan portazo al Festival de Cannes y se posicionan al grito de su desplegado al que nombran “La conquista de las libertades”.

Este documento a grandes rasgos retomará lo que los estudiantes franceses meses atrás manifestaban en las calles:


Libertad de expresión

Libertad de manifestación

Libertad de creación

Libertad de opinión

Libertad de decir “NO”

Libertad de ser crítico

Libertad de SER

Libertad laboral, educativa y artística

Democratización del estado

Inclusión de contraculturas y minorías. (Trauffaut, 1980)


El cine cambia de rumbo. Ahora la dirección tiende hacia la perspectiva de las juventudes. A través del ojo artístico se busca potencializar el cine para ejercer la crítica como arma arrojadiza para expulsar de la producción a los que ocupaban las pantallas con películas que repetían esquemas convencionales.

Los jóvenes cineastas hacen un análisis sistemático de los grandes maestros: Jean Renoir, Fritz Lang, Alfred Hitchcock, Roberto Rossellini, Howard Hawks, Orson Welles, Luis Buñuel, Ingmar Bergman, Federico Fellini, etc., para rescatar elementos estéticos y retóricos en el discurso. A su vez, promueven la formación de los noveles aspirantes a autores cinematográficos (lo que llamarán urgencia de activismo en el cine) y la Investigación estética con el compromiso político y social.

En Estados Unidos, como sucedió en Francia, el cine de los sesentas representa indudablemente la última edad de oro del cine norteamericano, un auténtico renacimiento de sus aun tibias cenizas cuando estaba en una fase casi de muerte irreversible. Sus películas constituyen un interesante legajo de duras críticas contra las consecuencias de la política del establishment, con historias que ya no suelen tener finales felices, protagonizadas por héroes que ya no son invencibles sino por gente normal y corriente, incluso perdedores identificables fácilmente para cualquier espectador, y no exclusivamente norteamericano. (Kreutzner, 2001)

El Nuevo Hollywood obligó a una redificación de los parámetros que regía aquel viejo Hollywood tocado de muerte. Cuestionó la intocabilidad de los géneros, acercando a los espectadores jóvenes –hasta entonces confinados a productos de entretenimiento de serie B en circuitos marginales- con películas con temática para adultos que les brindaban temas reconocibles, una asignatura entonces pendiente ya que a finales de los sesenta y principios de los setenta, en unos momentos en que la asistencia a los cines estaba en sus momentos más bajos, casi el 75% de los espectadores potenciales tenían menos de treinta años. (Cousins, 2007)

Se da una persistente “muerte de las salas de cine”, como consecuencia de la falta de reacción de la industria cinematográfica frente al desafío del “nuevo” medio: la televisión. Existió además un impulso estéticamente innovador que solo tuvo efecto sobre el largometraje y que procedía de dos corrientes muy distintas que aprovecharon la técnica de 16 mm desarrollada durante las filmaciones periodísticas de la guerra: el movimiento underground y el movimiento renaciente del cine documental (como principales referencias se encuentran el direct cinema norteamericano y el cinema vérité francés).

El nuevo cine, es el que surgió de aquella lucha entre lo viejo y lo nuevo, entre los conservadores y los visionarios, entre los idealistas y los viejos hacedores… años de lucha que dieron paso a un nuevo orden. De aquella confrontación surgió un Hollywood nuevo, diferente y hasta cierto punto contradictorio dentro de la lógica del sistema.

Algunos productores cinematográficos apuestan por introducir nuevas líneas de trabajo en la industria. Russ Meyer, el rey del porno, dirige Vixen, una de sus películas más populares, que le abriría las puertas para una secuela.

El llamado Hollywood reinventado, sigue buscando la comercialidad a cualquier precio. Si bien la pauta la marca El graduado, no podemos minusvalorar los taquillazos de Bonnie y Clyde, oscarizada película de Arthur Penn, con unos jóvenes sexosos Warren Beaty y Fade Dunaway; o El planeta de los Simios, de Franklin Schaffner, y la excepcional En el calor de la noche, de Norman Jewinson.

Y El graduado, marcó la pauta porque consiguió un gran reconocimiento entre el público joven, que en cierto modo la tomaba como estandarte de algo indefinido, pero que pretendía demostrar la necesidad de ruptura, la solución de continuidad entre dos generaciones que se veían diferentes pero que, a la larga, iban a parecerse mucho más de lo que pudiera pensarse.

En conjunto, los que participaron en la película acertaron a la hora de mostrar las angustias, entre ingenuas y torpes, de un joven que no encuentra su lugar er.en el mundo. Fueron muchos los que se sintieron representados, si no tanto en la historia, sí en lo que el personaje de Benjamín venía a significar. La universidad se estaba poniendo de moda y más que se iba a poner. El mundo capitalista parecía que llegaba a una especie de callejón sin salida y la Juventud estaba dispuesta, parecía, a conseguir la felicidad plena para todos.

El graduado será el reflejo característico del cine de los sesenta, un cine que aboga por una libertad creativa casi total y no solamente en el aspecto erótico ni violento como se les censuraba sino en ideas antes perseguidas y extraídas de la contracultura, como la libertad sexual o la cultura de la droga, pero también la libertad del ser humano para elegir su destino en contra de una sociedad represiva.

Por su parte, George A. Romero dirige La noche de los muertos vivientes, película que se convierte en un inesperado éxito comercial. Con un planteamiento de bajo costo, en blanco y negro, la película aborda elementos comunes al cine de terror gótico que son situados en un contexto actual. Convertida con el tiempo en un clásico del género, esta película sería el punto de referencia de todo el cine generado en los años setenta.

Así, la industria del cine mundial parecía contagiarse de los modelos sociales que se estaban imponiendo. La libertad y la autoría (recordemos que con el movimiento de la nueva ola, el autor cinematográfico toma presencia y se vuelve el protagonista de la película) demandaba por parte de algunos directores que hicieron causa de sus posturas defendiendo la producción de películas como ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, de Mike Nichols, título que supone el reencuentro con la magistral interpretación de Elizabeth Taylor.

Así, en Estados Unidos, que el director pasase a ser considerado como una estrella se debió a la coherencia empresarial de la industria que asociaba estrellato con rentabilidad, pero también a la influencia de intelectuales que habían hecho suyas las ideas de la política de autores de la revista Cahiers du Cinema establecida en París por los cineastas de la nueva ola francesa.

Hacia fines de los años sesenta se hizo notar un grupo de jóvenes directores norteamericanos con muchas producciones exitosas. Provenían en parte de la televisión y buscaban nuevos planteamientos estéticos y de contenidos y participaron con sus trabajos, en forma decisiva, en el resurgimiento de los grandes filmes de Hollywood de los años setenta. Se trató, entre otros, de Arthur Penn, Sydney Lumet, Monte Hellman, Martin Scorsese, Hal Ashby, Peter Bogdanovich, Francis Ford Coppola, Robert Altman, George Lucas, Steven Spielberg y Brian Palma. (Korte, 1997)

Entre los títulos que destacan en las tierras británicas, abanderando el movimiento del Free Cinema, se debe mencionar If… de Lindsay Anderson, una muestra de la crudeza en los internados –casualmente resuelto con una rebelión muy similar a la que tenía lugar en el ámbito universitario general-, y Fasrenheit 451, adaptación de la novela de Ray Bradbury, a la vez que Alan Resnais rueda La guerre est finie, en torno a la idea que perdura tras el conflicto bélico español, y mientras, Claude Lelouch dirige Un hombre y una mujer, una perspectiva contemporánea sobre la relación en pareja. Ingmar Bergman dirige Persona, uno de sus mejores trabajos, en el que profundiza sobre la pérdida de identidad.

Por parte del llamado El tercer cine destaca Memorias del subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea, que marca la renovación en el cine militante cubano; y La hora de los hornos, película filmada clandestinamente a lo largo de 1966 y 1967 en Argentina, durante la dictadura de Juan Carlos Onganía.

Las películas del nuevo cine latinoamericano, creadas desde la urgencia del activismo político, son a la vez un extraordinario ensayo de creatividad cinematográfica que conserva toda su eficacia expresiva y un panfleto ideológico muy marcado por el contexto histórico (muy de cerca con los ideales de la revolución cubana) y la perspectiva desde las que se realizaron.

Es en este contexto donde se van fraguando y definiendo la teoría y la práctica del así llamado “tercer cine”. En su gestión como corriente de pensamiento y planteamiento estético-político militante, hay dos momentos cruciales, ambos estrechamente relacionados con América Latina. El primero en orden de tiempo es la creación del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), asentando así un referente político y un espacio de investigación formal que sirvió de catalizador para el resto del subcontinente.

El segundo coincide, al inicio de los sesenta, con la aparición de las películas y las reflexiones de otro gran cineasta latinoamericano, el brasileño Glauber Rocha. Autor y fuerza creadora responsable de las obras maestras del Cinema Novo, Rocha había publicado en 1965 un contundente escrito titulado “una estética del hambre” en el que reivindicaba la necesidad de construir una mirada cinematográfica propia de los países subdesarrollados que se definiera en oposición a la que había dominado hasta ese momento, bajo la influencia de Hollywood y el cine europeo.

Convencido de la necesidad de retratar con contundencia a los desheredados, Rocha pensaba que para hacerlo era necesario confeccionar imágenes y relatos que destruyeran los estereotipos de la miseria para lanzar sobre la pantalla figuras impactantes, imprevistas, salvajes. Dos años antes, con Dios y el diablo en la tierra del sol (1963) ya había demostrado la eficacia de ese planteamiento.

Mientras tanto en México, los jóvenes cineastas del recién inaugurado Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) abanderan la tendencia europea de la nueva ola tanto en sentido estético como de contenido. Los noveles directores realizan sus óperas primas centrándose en las marchas de trabajadores, campesinos y estudiantes.

En este sentido, el movimiento de 1968, será retratado a través de la mirada de Leobardo López Aretche, Alfredo Joskowicz y Juan Mora, en trabajos de 16mm y en estilo documental. El tercer cine mexicano de 1968 retratará la trascendencia de los mítines, consignas, marchas, discursos y demás manifestaciones artísticas.

A pesar de los trabajos universitarios, México se mantuvo alejado de establecer un movimiento cinematográfico como sucedía en Francia, Estados Unidos o Inglaterra. Algunos cineastas, los pocos, sorprendían con sus películas críticas como: Luis Buñuel con El ángel exterminador, Servando González con El escapulario, Juan Ibáñez con Los Caifanes, Rogelio A. González con El esqueleto de la señora Morales y José Díaz con Juventud desenfrenada.

Como se puede ver, el cine de los sesentas comparte un manejo reflexivo de la reproducción cinematográfica, y la conciencia de las contradicciones de la mirada social que revela, con algunas de las obras más sorprendentes de la cinematografía mundial, el cambio de orientación y el nuevo paradigma de pensamiento.

El cine revolucionario de la nueva ola francesa, el Free cinema británico, el movimiento New Hollywood y el Tercer cine, trajeron una bocanada de aire fresco en los temas, en los estilos fílmicos, en la estética y en general en el discurso cinematográfico que primero sirvió como inspiración de una generación para luego ser un estandarte de libertad creativa y de expresión.



Escrito por: Lic. Guillermo Solís Mendoza
Licenciado en comunicación por la Facultad de Estudios Superiores Acatlán de la UNAM. Cursó la Maestría en Docencia para la Educación Media Superior, en la especialidad de español, y actualmente se encuentra preparando su trabajo de grado: El cine como recurso didáctico para la enseñanza de la comunicación en el bachillerato. Del 2004 al 2006 se desempeñó como Coordinador de Clasificaciones Cinematográficas en la Dirección General de Radio, Televisión y Cinematografía de la Secretaría de Gobernación. Al año siguiente, ingresó al Departamento de Difusión en la misma dependencia y se hizo miembro de la Asociación Mexicana de Prensa Turística, siendo editor del suplemento “Impulso Viajero” de la Secretaría de Turismo Federal. Cofundador del Suplemento Gastronómico “Barriga llena, corazón contento” de los almacenes El Palacio de Hierro. Ha participado como colaborador y Jefe de Información en diversas publicaciones como: Cinemanía, Cineexces, El Pulso de México y Revista Mórbido. Actualmente es Profesor de Asignatura en el Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Naucalpan impartiendo las materias de TLRIID I-IV y Taller de Comunicación I-II. Miembro del Seminario de Cine del CCH Naucalpan.
Textos citados:
Cousins, M. (2007). Historia del cine. Madrid: Blume.
Faulstich, W. (1999). El cine de los 60. Barcelona: Blume.
Korte, H. (1997). Cien años de cine. 1961-1976. México: Siglo XXI.
Kreutzner, G. (2001). La función de lo privado. Madrid: BMT.
Trauffaut, F. (1980). La conquista de las libertades. Buenos Aires: Centella.
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